Señal de la Cruz
Oración inicial: Señor, tú que has querido que el martirio sea el supremo testimonio de la fe, concédenos, por la intercesión de Santo Tomás Moro, lucidez y coraje al servicio de la Verdad, para ratificar con nuestra vida la fe que profesamos con nuestros labios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Tomás nació el 7 de febrero de 1478 en Londres. Sus papás se llamaban Juan y Agnes. Tenía una hermana mayor y cuatro hermanos menores. Su mamá murió cuando Tomás era pequeño, en cambio su papá vivió hasta que Tomás alcanzó los 50 años. Se cuenta que ya siendo Lord-Canciller, con más de 50 años, seguía arrodillándose delante de su padre para recibir su bendición.
No se sabe si su familia pertenecía a la nobleza, pero sí es cierto que como bautizado pertenecía a la más alta nobleza: la de hijo de Dios.
Reflexionando sobre la agonía de Cristo escribe Santo Tomás: “Por consiguiente, ya que Cristo Salvador nuestro vio que nada hay más provechoso que la oración, y también que este medio de salvación sería a menudo infructuoso por la negligencia e insensatez de los hombres y la malicia de los demonios (de tal manera que, a veces, sería pervertido en instrumento de destrucción), decidió El mismo aprovechar esta oportunidad, en su camino hacia la muerte, para reforzar su enseñanza con la palabra y con su propio ejemplo. Daba así los últimos toques a tema tan necesario (como hizo con otros temas de su catequesis).
Deseaba que supiéramos bien que hemos de servir a Dios no sólo con el alma, sino también con el cuerpo, pues ambos fueron por El creados. Quiso igualmente enseñamos que una actitud respetuosa y reverente del cuerpo, aunque tiene su origen y toma su forma del alma, aumenta al mismo tiempo la propia reverencia de ésta y la devoción del hombre a Dios. Quiso así mostrar Él la más humilde forma de sujeción, y veneró a su Padre del cielo en una postura corporal que ningún poderoso de la tierra se ha atrevido a reclamar, ni ha aceptado para sí cuando se la han ofrecido voluntariamente (…).
Cuando Cristo rezaba no se sentó ni se puso de pie, y ni siquiera de rodillas: se arrojó cuan largo era, con el rostro postrado en tierra. Después, continuando en postura que inspira tanta compasión, imploró la misericordia de su Padre, y le llamaba una y otra vez con su nombre, rogándole que, ya que todo le era posible y movido ante su oración, apartara de El aquel cáliz de su pasión caso de que no se hubiera decretado de modo inmutable. Y pedía también que su voluntad, tal como se expresa en esa oración, no fuera complacida si algo mejor parecía a la voluntad del Padre. No se ha de deducir de este pasaje que el Hijo ignorara la voluntad del Padre, sino que, deseando instruir a los hombres, quiso expresar también sentimientos muy humanos.
Al decir dos veces el nombre de Padre quería recordarnos que toda paternidad procede de Él, tanto en el cielo como en la tierra; y que Dios Padre es su Padre doblemente. Por creación, que es una cierta paternidad, pues venimos de Dios, que nos creó de la nada, de modo más verdadero que descendemos del padre humano que nos produjo; porque, de hecho, él fue creado a su vez por Dios, y Dios proveyó la materia de que fuimos engendrados. Cuando Cristo reconoció a Dios como Padre en este sentido, lo hacía en cuanto hombre. Por otra parte, en cuanto es Dios, lo reconoce como Padre natural y coeterno.
Otra razón para llamarle Padre dos veces puede ser ésta (y tal vez no esté lejos de ser cierta): no sólo quería reconocer que Dios Padre es su Padre natural en el cielo, sino también que no tiene otro Padre sobre la tierra, ya que fue concebido según la carne por una Virgen y Madre, sin intervención de varón, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ella. El Espíritu es del Padre y del Hijo, cuyas obras coexisten en identidad y no pueden ser radicalmente distinguidas.
La repetición del nombre de Padre puede también enseñarnos una importante lección: cuando rezamos por algo y no lo recibimos no hemos de abandonar la oración, como hizo el rey Saúl, que, al no conseguir de inmediato un oráculo profético de Dios, recurrió a una pitonisa, mezclándose así en prácticas y brujerías prohibidas por la ley que él mismo había promulgado. Cristo enseña a perseverar en la petición sin murmurar, caso de que no obtengamos lo que buscábamos. Y enseña esto con razón, porque Él no obtuvo el indulto de muerte que buscaba del Padre con tanta urgencia, pero, a la vez, siempre con la condición de que su voluntad estuviera en todo sujeta a la del Padre. En esto último hemos de imitarle de modo muy particular.
Señor Dios, te damos gracias a Dios por todos los bienes recibidos, especialmente por la Gracia del Bautismo que nos ha convertido en hijos de Dios.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglios de los siglios, Amén.
Santo Tomás Moro, ruega por nosotros.
Señal de la Cruz
Oración inicial: Señor, tú que has querido que el martirio sea el supremo testimonio de la fe, concédenos, por la intercesión de Santo Tomás Moro, lucidez y coraje al servicio de la Verdad, para ratificar con nuestra vida la fe que profesamos con nuestros labios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Tomás asistió a la escuela de Londres donde adquirió los conocimientos de latín, del que se sirvió toda su vida. Fue paje del Cardenal Morton quién dijo de él: “Alguno ha de ver que este niño que sirve a mi mesa, llegará a ser un hombre extraordinario”. A los 14 años ingresó en la Universidad de Oxford, donde aprendió griego. Su padre, deseoso de evitarle distracciones peligrosas le enviaba dinero sólo para lo necesario, cosa que Moro agradeció más tarde. Durante este tiempo se dedicó al estudio y al Arte, en un ambiente de esfuerzo y privaciones pero también de alegre compañerismo.
Su amigo Erasmo dijo de él: “Se dice que nadie está tan libre de los vicios como él. Su semblante está en armonía con su carácter, siempre expresa una amable alegría, e incluso una risa incipiente y, para hablar con franqueza, está mejor condicionado para la alegría que para la gravedad o dignidad, aunque sin caer en la tontería o en bufonadas. Su hombro derecho es un poco más alto que el izquierdo, sobre todo cuando camina. Este no es un defecto de nacimiento, sino el resultado de un hábito, como los que solemos a menudo contraer. El resto de su persona no tiene nada que ofenda. Parece haber nacido e ideado para la amistad, y es un amigo muy fiel y paciente. Cuando encuentra alguien sincero y según su corazón, se complace tanto en su compañía y conversación que pone en él todo el encanto de la vida. En una palabra, si quieres un perfecto modelo de amistad, no lo encontrarás en nadie mejor que en Moro. En asuntos humanos no hay nada de lo que él no saque algo divertido, incluso de cosas que son serias. Si conversa con los sabios y juiciosos, se deleita en su talento, si con el ignorante y tonto, se deleita de su estupidez. Ni siquiera se ofende con los bromistas profesionales. Con una destreza maravillosa se acomoda a cada situación. Incluso con su propia esposa, como regla hablando con mujeres, habla con muchos chistes y bromas. Nadie es menos llevado por las opiniones de la muchedumbre, sin embargo, se aleja menos que nadie del sentido común”.
Señor Dios, te rogamos para que nuestra Comunidad sea un lugar donde convivan el estudio laborioso con la alegría y la amistad; a fin de que produzca entre tus hijos frutos de santidad.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglios de los siglios, Amén.
Santo Tomás Moro, ruega por nosotros.
Señal de la Cruz
Oración inicial: Señor, tú que has querido que el martirio sea el supremo testimonio de la fe, concédenos, por la intercesión de Santo Tomás Moro, lucidez y coraje al servicio de la Verdad, para ratificar con nuestra vida la fe que profesamos con nuestros labios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ya adulto Tomás ingresa a la Cartuja, a fin de ver si Dios le llama a ser religioso, pero comprende que no es esa su vocación. Entonces se casa con Juana y 4 niños vienen pronto a alegrar su hogar (3 mujeres y 1 varón). Poco después su esposa muere, Tomás ve su casa desordenada y entristecida y sus 4 pequeños sin mamá. Entonces resuelve casarse con Alicia, viuda también y madre de una niña. La casa de Moro es un pequeño mundo, en el que se ejercen las ciencias, se come, se estudia, se trabaja y se reza en común.
Cuenta su amigo: Moro se ha hecho construir sobre la ribera del Támesis, no lejos de Londres, una casa de campo que es espaciosa y adecuada, sin ser lujosa. Allí vive feliz con su familia, consistente en su mujer, su hijo y nuera, tres hijas con sus maridos y ya once nietos. Sería difícil encontrar un hombre más aficionado a los niños. No hay animosidades: no se oyen palabras agrias, no se ve a nadie desocupado. Además no es con severidad o enojo que Moro mantiene en su casa esta feliz disciplina, sino con suavidad y bondad. Todos se ocupan en sus quehaceres pero la diligencia no impide la diversión”.
Leemos en una carta a sus hijos: “Tomás Moro manda saludos a toda su escuela. Mirad el saludo tan universal que he encontrado para ahorrar tiempo y papel, que de otra manera hubiera desperdiciado enumerando todos los nombres, uno por uno. Y encima mi esfuerzo habría sido en vano, puesto que –a pesar de que a cada uno os quiero bajo un nombre especial, de forma que no hubiera olvidado saludar a nadie- bajo ningún nombre os quiero más que bajo el de “escolar”. Vuestro afán de saber me une a vosotros casi más que los lazos familiares… Si no os quisiera tanto os envidiaría por la suerte de tener tantos profesores y tan excelentes. Pero creo que ya o necesitáis al maestro Nikolaus, porque habéis aprendido todo lo que os ha enseñado sobre astronomía. Sé que habéis avanzado tanto en esta ciencia que no sólo podéis indicar la Estrella Polar o Sirius, sino también cualquiera de las estrellas comunes. ¡Estáis incluso en condiciones –para lo que hace falta tener las cualidades de un astrónomo perfecto- de distinguir entre los cuerpos celestes especiales e importantes, el sol de la luna! Pues ¡adelante en esta ciencia nueva y admirable por la cual llegáis a las estrellas! Pero mientras observáis éstas con afán, tened en cuenta que este tiempo sagrado de la Cuaresma os recuerda –y el bello poema sagrado de Boecio resuena en vuestros oídos- elevar también vuestro espíritu al cielo, para que el alma no baje la mirada hacia la tierra, como lo hacen los animales, mientras que sólo el cuerpo se erige. Adiós, queridos”.
Valora la vida familiar y la antepone aún a sus propios gustos (como la lectura) ya que dice que no quiere ser: “un extraño en su propia casa”.
Señor Dios, te pedimos por nuestras familias para que Tu Amor sea la roca donde se apoye el amor de los esposos entre sí y hacia sus hijos.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglios de los siglios, Amén.
Santo Tomás Moro, ruega por nosotros.
Señal de la Cruz
Oración inicial: Señor, tú que has querido que el martirio sea el supremo testimonio de la fe, concédenos, por la intercesión de Santo Tomás Moro, lucidez y coraje al servicio de la Verdad, para ratificar con nuestra vida la fe que profesamos con nuestros labios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Tomás ejerció su profesión de abogado y juez. Luego entró en el Concejo Real y finalmente fue nombrado Canciller. Según sus propias palabras: “en toda la sucesión de altos cargos y honores se comportó de manera tal que su noble señor nada tuvo que objetar a su servicio. Ni la nobleza le odió ni se hizo antipático al pueblo. Preocupación causó sólo a ladrones, asesinos y herejes”.
Participó de la vida política de su tiempo, conciente de su deber ya que pensaba que: “Si las malas opiniones no pueden ser arrancadas de raíz y no se curan los vicios de acuerdo con nuestros deseos, no debemos sin embargo, abandonar el barco en medio de la tempestad porque no podamos dirigir los vientos. Pero habremos de manejar las cosas diestramente de modo que, si no llegamos a hacer que todo ande bien, hagamos porque todo vaya lo menos mal posible”.
Reflexionando sobre la Pasión de Cristo Tomás escribe: “Levantándose del suelo y volviendo a sus discípulos, hallólos dormidos por causa de la tristeza. Les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en la tentación. (…)
Vuelve Cristo por tercera vez adonde están sus Apóstoles, y allí los encuentra sepultados en el sueño, a pesar del mandato que les habla dado de vigilar y rezar ante el peligro que se cernía. Al mismo tiempo, Judas, el traidor, se mantenía bien despierto, y tan concentrado en traicionar a su Señor que ni siquiera la idea de dormirse se le pasó por la cabeza. ¿No es este contraste entre el traidor y los Apóstoles como una imagen especular, y no menos clara que triste y terrible, de lo que ha ocurrido a través de los siglos, desde aquellos tiempos hasta nuestros días? ¿Por qué no contemplan los obispos, en esta escena, su propia somnolencia? Han sucedido a los Apóstoles en el cargo, ¡ojalá reprodujeran sus virtudes con la misma gana y deseo con que abrazan su autoridad! ¡Ojalá les imitaran en lo otro con la fidelidad con que imitan su somnolencia! Pues son muchos los que se duermen en la tarea de sembrar virtudes entre la gente y mantener la verdadera doctrina, mientras que los enemigos de Cristo, con objeto de sembrar el vicio y desarraigar la fe (en la medida en que pueden prender de nuevo a Cristo y crucificarlo otra vez), se mantienen bien despiertos. Con razón dice Cristo que los hijos de las tinieblas son mucho más astutos que los hijos de la luz.
Todavía mientras Jesús hablaba, he aquí a Judas Iscariote, uno de los Doce, y con él una gran muchedumbre con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes, los escribas y ancianos del pueblo". (…) Es de interés considerar el mismo hecho histórico -aquel tiempo en que los Apóstoles dormían mientras el Hijo del hombre era entregado- como una misteriosa imagen de lo que ocurriría en el futuro. Para redimir al hombre, Cristo fue verdaderamente Hijo del hombre (…) se gozaba en tomar la naturaleza humana para salvarnos y para unir a sí, como si se tratara de un solo cuerpo, a todos los que hemos sido regenerados por la fe y los sacramentos de salvación. Se dignó incluso hacernos participes de su mismo nombre; y, de hecho, la Escritura llama a todos los fieles "cristos y dioses".
En consecuencia, pienso que no andamos equivocados al sospechar que se avecina de nuevo un tiempo en que el Hijo del hombre, Cristo, será entregado en manos de los pecadores, cuando observamos un peligro inminente de que el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia de Cristo, esto es, el pueblo cristiano, es arrastrado a la ruina a manos de hombres perversos e impíos. Y con dolor lo digo, porque ya son varios los siglos en los que no hemos dejado de ver cómo esto acontece, ora en un sitio, ora en otro; (…)
Cuando veamos u oigamos que tales cosas empiezan a ocurrir, aunque sea muy lejos de nosotros, pensemos que no es momento para sentarse y dormir, sino para levantarse inmediatamente y socorrer a aquellos cristianos en el peligro en que se encuentran y de cualquier manera que podamos. Si otra cosa no podemos, sea al menos con la oración. Ni se ha de considerar este peligro de modo frívolo y superficial por el solo hecho de que ocurra muy lejos de nosotros. Si tan acertada es aquella frase del poeta: "Hombre como soy, nada humano me es extraño ¿cómo no sería merecedor de grave reproche la conducta de esos cristianos que duermen y roncan mientras otros cristianos están en peligro? Para insinuarnos esto dirigió Cristo su advertencia de que convenía estar despierto, vigilando y rezando, no sólo a los discípulos que estaban cerca suyo, sino también a los que Él quiso que se quedaran a cierta distancia.
Si los males y desgracias de aquellos que están lejos no nos llegaran a conmover y preocupar, muévanos, al menos, nuestro propio peligro. Pues razón de sobra tenemos para temer que la maldad destructora no tardará en acercarse adonde estamos, de la misma manera que sabemos por experiencia cuán grande e impetuosa es la fuerza devastadora de un incendio, o cuán terrible el contagio de una peste al extenderse. Sin la ayuda de Dios para que desvíe el mal, inútil es todo refugio humano. Recordemos, por consiguiente, estas palabras evangélicas, y pensemos de continuo que es el mismo Cristo quien las dirige de nuevo, una y otra vez, a nosotros:"¿Por qué dormís? Levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación."
Resumiendo: En el huerto de los Olivos, los apóstoles duermen mientras el traidor conspira, y Cristo les llama tres veces seguidas y ellos se vuelven a dormir, tal vez por cansancio, tal vez por pereza, tal vez por dolor, pueden existir miles de explicaciones, lo cierto es que se duermen mientras Cristo los necesita. ¡Velad y orad!, les repite y ellos se vuelven a dormir. Estado de somnolencia. ¿No es este contraste entre el traidor y los apóstoles como un espejo, y no menos clara que triste y terrible, de lo que ocurre tantas veces a través de los siglos, desde aquellos tiempos hasta nuestros días? La somnolencia. Con razón dice Cristo que los hijos de las tinieblas son mucho más astutos que los hijos de la luz. Y nosotros, ¿estamos despiertos mientras otros maquinan?; ¿estamos despiertos en nuestras universidades fomentando una cultura de la vida humanizadora, mientras otras universidades pueden estar produciendo tesis deshumanizantes?, ¿estamos despiertos mientras nuestras leyes atentan contra la vida y la dignidad humana?, ¿estamos despiertos mientras crean nuevos términos y manipulan conceptos y el lenguaje?, legisladores, filósofos, educadores, periodistas, estudiantes, juristas, jueces, médicos, pastores, intelectuales, religiosos, hombres de gobierno, padres de familia, familias enteras, pueblo amante de lo verdadero, ¿estamos acaso despiertos?.
Señor Dios, te pedimos por Nuestra Patria, para que sus gobernantes busquen el bien común y sus habitantes no consientan se dicten leyes contrarias a los mandamientos de Dios.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglios de los siglios, Amén.
Santo Tomás Moro, ruega por nosotros.
Señal de la Cruz
Oración inicial: Señor, tú que has querido que el martirio sea el supremo testimonio de la fe, concédenos, por la intercesión de Santo Tomás Moro, lucidez y coraje al servicio de la Verdad, para ratificar con nuestra vida la fe que profesamos con nuestros labios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Frente al Rey o a los Obispos, sus afectos eran ordenados, y la devoción al Papa, o mejor, la fidelidad a Dios en su Vicario, era el amor primero, hasta las últimas consecuencias. Y así, después de una brillante carrera, tanto política como literaria, bajo el patrocinio del mismo soberano, enfrentó la encrucijada y se arriesgó a perder hasta la vida en lugar de suscribir el Acta de Supremacía, que cuestionaba la autoridad del Papa y hacía de Enrique VIII cabeza de la Iglesia de Inglaterra, prefirió, y así lo dijo, “no exponer el alma al peligro de eterna condenación.”
Sentía un natural temor al sufrimiento, ya en la Torre escribe acerca de los mártires: “No olvidemos, sin embargo, que casi todos tememos la muerte, y por eso, apenas nos hacemos idea de cuánta ayuda y fortaleza han recibido muchos de aquellos que, angustiados y temblorosos, se enfrentaron con la muerte, y que, a pesar de todo, superaron con valentía los escollos del camino y los obstáculos, barreras más duras que el hierro, como lo son su propio abatimiento, su miedo y su angustia. Victoriosos sobre la muerte conquistan el cielo al asalto. ¿No se enardecerá el ánimo de estas débiles creaturas al ver el ejemplo de tales mártires, como ellos cobardes y temerosos, para no ceder bajo la persecución aunque sientan la tristeza dentro de sí, y el miedo y abatimiento ante una muerte tan espantos.?
La sabiduría de Dios, que todo lo penetra con fuerza irresistible y que dispone todas las cosas con suavidad, al contemplar en presente cómo serían afectados los ánimos de los hombres en diferentes lugares, acomoda su ejemplo a los varios tiempos y lugares, escogiendo, ora un destino ora otro, de acuerdo con lo que El ve será más conveniente. De esta manera, da a los mártires temperamentos según los designios de su providencia. Uno corre aprisa y gustoso a la muerte; otro marcha en la duda y con miedo, pero sufre la muerte con no menos fortaleza: a no ser que alguien imagine ser menos valiente por tener que luchar no sólo contra sus enemigos de fuera, sino también contra los de dentro; que el tedio, la tristeza y el miedo son, además de fuertes emociones, poderosos enemigos.
(…) Hemos de admirar y venerar los dos tipos de mártires, alabar a Dios por ambos, e imitarlos cuando la situación lo exija, cada uno según sus posibilidades y la gracia que Dios le dé. El que siente grandes deseos no necesita más ánimos para ser audaz, y entonces, quizás sea oportuno recordarle que es bueno que tema, no sea que su presunción, como la de Pedro, le haga echarse para atrás y caer. El que siente angustia, miedo y abatimiento debe ciertamente ser confortado. Y así, tanto en un caso como en el otro, la angustia de Cristo está llena de alivio, pues mantiene al primero lejos de exagerar su entusiasmo, y hace al otro alzarse en la esperanza cuando se encuentre postrado y abatido.
Si alguien se siente fogoso y lleno de entusiasmo, ese tal, al recordar tan humilde y angustiosa presencia de su rey, tendrá buen motivo para temer, no sea que su astuto enemigo esté elevándole en alto, pero sólo para poder aplastarle más tarde contra el suelo con mayor dureza.
Quien se vea tan totalmente abrumado por la ansiedad y el miedo que podría llegar a desesperar, contemple y medite constantemente esta agonía de Cristo rumiándola en su cabeza. (…). Verá, en efecto, al pastor amoroso tomando sobre sus hombros la oveja debilucha, interpretando su mismo papel y manifestando sus propios sentimientos. Cristo pasó todo esto para que cualquiera que más tarde se sintiera así de anonadado pudiera tomar ánimo y no pensar que es motivo para desesperar.
Señor Dios, concédenos que sepamos amar como buenos hijos a la Santa Iglesia y al Papa y que aceptemos con docilidad sus enseñanzas. Danos la gracia de vivir y morir dentro de la Iglesia Católica.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglios de los siglios, Amén.
Santo Tomás Moro, ruega por nosotros.
Señal de la Cruz
Oración inicial: Señor, tú que has querido que el martirio sea el supremo testimonio de la fe, concédenos, por la intercesión de Santo Tomás Moro, lucidez y coraje al servicio de la Verdad, para ratificar con nuestra vida la fe que profesamos con nuestros labios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Tomás practicó la caridad de pensamiento y de obra. Alquiló una casa para los enfermos y él en persona ocupábase de dirigirla y socorrer a los pobres. Con frecuencia defendía gratuitamente, como abogado, a huérfanos y viudas.
Su caridad no se limita a dar limosna, una carta nos deja testimonio de su caridad cristiana: “No guardes rencor o mala voluntad a ningún hombre viviente. Porque ese hombre es o bueno o malo; si bueno, y yo le odio, entonces yo soy malo; si malo, o se corregirá y morirá bueno, e irá a Dios, o vivirá malo, y morirá malo e irá al infierno. Si él se salva, y yo también me salvo, como lo espero, no dejará él de amarme y yo entonces he de amarle. Y ¿por qué he de odiar yo ahora a quien después he de amar? Y ¿por qué he de ser yo enemigo de aquél por quién sentiré, cuando llegue la hora, eterna amistad? Pero si, al contrario, continúa malo y se condena, habrá después tan atroz, eterno dolor para él, que sería yo cruel si no sintiera más bien compasión por su desgracia que animosidad por su persona”.
Pero también demostró su desprendimiento de los bienes cuando fue necesario. Llevaba Tomás bastante tiempo en la cárcel, cuando su esposa, Alice, consigue permiso para visitarlo y sin rodeos le dice: “¡Dios mío, maestro Moro!... Me sorprende veros a Vos, a quien hasta ahora siempre había tenido por sabio, hecho un necio y encerrado en este calabozo estrecho y sucio; que estéis contento de estar encerrado con ratones y ratas, mientras podríais estar libre y gozando de la merced del rey de sus Consejos. ¡Bastaría con que quisierais hacer lo que todos los obispos y los hombres más cultos del país han hecho! Si tenéis en Chelsea una bonita casa, vuestro despacho, vuestros libros, vuestra galería, vuestro jardín y vuestro huerto y todas las demás comodidades, donde podríais ser feliz en compañía de vuestra mujer; vuestros hijos y vuestros criados; me admiro por qué, por el amor de Dios, aún permanecéis tan neciamente en este lugar”. Moro la escuchó un tiempo silenciosamente, luego con cara alegre le dijo: “Pero buena mujer, por Dios, os pido que me digáis solo una cosa…¿no está esta casa tan cerca del cielo como la mía?” y como ella se enojara continúa: “Mujer, si es así, tampoco veo razón para alegrarme de mi bonita casa y de todo lo que pertenece a ella: si, al volver a ella solo siete años después de mi sepultura, con seguridad iba a encontrar allí dentro a alquien que me echaría diciéndome que allí no se me había perdido nada. Así pues, ¿Qué razón tengo para tener cariño a una casa que olvida tan pronto a su señor?
Señor Dios, concédenos los bienes necesarios para servirte, especialmente te pedimos por ……………………………………………………………………………………………………………..............................................................................................................................
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglios de los siglios, Amén.
Santo Tomás Moro, ruega por nosotros.
Señal de la Cruz
Oración inicial: Señor, tú que has querido que el martirio sea el supremo testimonio de la fe, concédenos, por la intercesión de Santo Tomás Moro, lucidez y coraje al servicio de la Verdad, para ratificar con nuestra vida la fe que profesamos con nuestros labios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Poseía dos virtudes maravillosas: la firmeza y la sinceridad en decir la verdad. Cuando Santo Tomás Moro era miembro del Consejo Real del Estado, expresaba su opinión en algún asunto con espíritu sincero, independiente y libre. Un día, estando reunido el Consejo Real, Wolsey presentó una propuesta para que se creara la Suprema Magistratura del Reino, con el fin de representar al Rey en toda Inglaterra. Wolsey ambicionaba este puesto para él. Así recibiría los honores de monarca cuando le representara. Defendió su propuesta con ardor y todos los nobles que formaban el Consejo le siguieron dócilmente, alabándole dicha idea. Nadie osó oponerse, excepto Santo Tomás Moro, que fue el único que se opuso a la creación de tal cargo. Y objetó con razones tan sólidas y justas que todo el Consejo Real se volvió atrás y declaró que el asunto requería una deliberación más detallada. Wolsey se encendió en cólera contra Tomás, llegando a insultarle, diciéndole: “Demostráis ser un consejero estúpido o necio”. Tomás Moro, serenamente, le contestó: “Demos gracias a Dios porque su majestad el Rey tan sólo tiene un imbécil en el Consejo
Nada más sonriente, natural y luminoso que la espiritualidad de Santo Tomás. Hacía sacrificios y ayunos pero no por eso dejaba de ser alegre y amable.
Vio el lado humorístico de todo, hasta en el martirio. Cuando estaba en la cárcel, un cortesano vino a convencerlo para que cambiara de opinión. Moro lo escuchó mucho tiempo y luego meditó en silencio y le contestó: He cambiado de opinión. El otro se puso orgulloso. Pero luego agregó: Pensaba afeitarme la barba para el momento de la ejecución… y ahora he resuelto dejármela. Y ya frente al verdugo, al poner la cabeza sobre el bloque aparta su barba para que no la cortaran diciendo: Ésta, al menos, no cometió nunca traición.
Señor Dios, danos la gracia de imitar a Santo Tomás conservando en todas las circunstancias la alegría y el buen humor.
Señor Dios, te damos gracias a Dios por todos los bienes recibidos, especialmente por la Gracia del Bautismo que nos ha convertido en hijos de Dios.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglios de los siglios, Amén.
Santo Tomás Moro, ruega por nosotros.
Señal de la Cruz
Oración inicial: Señor, tú que has querido que el martirio sea el supremo testimonio de la fe, concédenos, por la intercesión de Santo Tomás Moro, lucidez y coraje al servicio de la Verdad, para ratificar con nuestra vida la fe que profesamos con nuestros labios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Llegado frente a los comisionados que lo juzgan, después de leer el acta, declara que no es su propósito señalar ninguna falta ni condenar la conciencia de ningún otro hombre, pero que su conciencia no le permite prestar juramento.
No se trataba ya de su defensa propia, sino de la defensa de la Fe; el momento había llegado para hablar, y para hablar claro, y ante ese grupo de bribones o de cobardes, ante esas conciencias acalambradas de esclavos, la voz vibrante de un hombre de honor expone la verdad: “El Parlamento de Inglaterra no puede dar al Rey una preeminencia espiritual; o gobierno supremo de la Iglesia; no puede dictar una ley para la Iglesia sin el consentimiento de la Cristiandad”.
“El celo de tu casa me devora…” y el celo de la casa Dios devoró a Santo Tomás y le acarreó terribles enemigos, enemigos que lo llevaron a la cárcel y a la muerte.
Ya en prisionero en la Torre de Londres escribe a su hija Margarita: “Aunque estoy bien convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarme de la libertad (y, por cierto, que con esto solo su majestad me ha hecho un favor más grande, por el provecho espiritual que de ello espero sacar para mi alma, que con todos aquellos honores y bienes de que antes me había colmado). Por esto, espero confiadamente que la misma gracia divina continuará favoreciéndome, no permitiendo que el rey vaya más allá, o bien dándome la fuerza necesaria para sufrir lo que sea con paciencia, con fortaleza y de buen grado.
Mi paciencia, unida a los méritos de la dolorosísima pasión del Señor (infinitamente superior en todos los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir), mitigará la pena que tenga que sufrir en el purgatorio y, gracias a su divina bondad, me conseguirá más tarde un aumento de premio en el cielo.”
Señor Dios, concédenos el valor de reconocerte delante de los hombres y la gracia de obrar según el dictado de nuestra conciencia, cueste lo que cueste.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglios de los siglios, Amén.
Santo Tomás Moro, ruega por nosotros.
Señal de la Cruz
Oración inicial: Señor, tú que has querido que el martirio sea el supremo testimonio de la fe, concédenos, por la intercesión de Santo Tomás Moro, lucidez y coraje al servicio de la Verdad, para ratificar con nuestra vida la fe que profesamos con nuestros labios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ya conocedor de que era condenado a muerte dice a sus jueces: “Nada más que una cosa tengo que agregar, y es que así como el bendito Apóstol Pablo fue actor y espectador en la muerte de San Esteban, cuidando de la ropa de aquéllos que lo lapidaban y, a pesar de esto, son ahora ambos santos en el Cielo, donde conservarán siempre eterna amistad; así espero yo, y ruego fervorosamente porque aunque vuestras señorías me hayan condenado en la tierra, vosotros y yo nos encontremos alegremente en el Cielo, para nuestra eterna salvación.
Desde la cárcel le escribe a su hija: “No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta. Más aún, si a causa del terror y el espanto viera que estoy ya a punto de ceder, me acordaré de san Pedro, cuando, por su poca fe, empezaba a hundirse por un solo golpe viento, y haré lo que él hizo. Gritaré a Cristo: Señor, sálvame. Espero que entonces él, tendiéndome la mano, me sujetará y no dejará que me hunda.
Y, si permitiera que mi semejanza con Pedro fuera aún más allá, de tal modo que llegara a la caída total y a jurar y perjurar (lo que Dios, por su misericordia, aparte lejos de mí, y haga que una tal caída redunde más bien en perjuicio que en provecho mío), aun en este caso espero que el Señor me dirija, como a Pedro, una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir en defensa de la verdad y descargue así mi conciencia, y soporte con fortaleza el castigo y la vergüenza de mi anterior negación.
Finalmente, mi querida Margarita, de lo que estoy cierto es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si a causa de mis pecados permite mi perdición, por lo menos su justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda certeza, que su bondad clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea su misericordia, más que su justicia, lo que se ponga en mí de relieve.
Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.
Y gracias doy al Señor, Margarita, pues desde que estoy acá, temo a la muerte menos, de día en día. Porque, aunque un hombre pierda algunos de sus años en este mundo, es más que una gran recompensa el que llegue antes al Cielo”.
Testigo feliz, en su Esperanza, entrega su cabeza agradeciendo al verdugo que “lo enviaba al Cielo”.
Usted parece muy seguro de eso, sir Tomas - le insinuó en tono agrio uno de sus enemigos.
Dios, no rechazará a uno que va tan contento a su encuentro….
Señor Dios, concédenos la gracia de la perseverancia final, que después de muerte vayamos al cielo a gozar de tu Presencia en compañía de la Santísima Virgen, San José, Santo Tomás Moro y de todos los santos y nuestros seres queridos.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglios de los siglios, Amén.
Santo Tomás Moro, ruega por nosotros.